Ojos
La sensación de que
alguien me vigila ha hecho que gire la cabeza lo necesario
para que mi mirada se cruce con sus ojos, que brillan pálidos y escondidos
en la oscuridad de un ducto de ventilación de mi propia casa, y que ejercen
sobre mí un peso virtual que evita que pueda moverme siquiera. Pertenecen
aquellos ojos a algo que no esperaba ser descubierto; a algo cuyos ojos
están donde no debería haber ojos. Con una mirada llena de impresión se aleja
sin parpadear, adentrándose más en aquel recoveco negro donde no cabeun cuerpo
humano, pero sin dejar de vigilarme, como si accidentalmente encontró
algo que estuvo buscando mucho tiempo atrás. Ahora desaparece, pero,
en silencio, me promete volver. Promete volver por mí.
Sin preparaciones previas tomo mis llaves y, sin mirar hacia atrás, salgo de casa decidido a dormir en el primer hotel del camino, hasta que logre asimilar que pudo ser eso y que hacer al respecto.
He llegado al hotel
aún algo tembloroso. Cierro la puerta de la habitación y reconozco el clásico
olor de aromatizante barato y el tan repetido espacio cubico: Una cama en
frente de la entrada; la puerta del baño a la izquierda de la cama y una
ventana a su derecha, por donde entra un triste rayo de luz que cae sobre una
miserable mesita de noche. La mesita está junto a la cabecera de la cama y
tiene un cajón, donde probablemente encuentre una pequeña biblia. Entro al baño
para tomar una ducha caliente e intento pensar mientras el sonido del agua
cayendo me ensordece, pero recuerdo que dos ojos estaban donde no
debería haber ninguno. Mi cuerpo se llena de aquel frio insano que se extiende desde el pecho
hacia las extremidades al pensar que ese alguien que ya no está
regresaría sigiloso, y yo solo sabré que el momento de nuestro segundo encuentro habrá
llegado cuando sus ojos estén sobre mí. Salgo de la ducha no menos alterado
que antes y estrujo con fuerza la toalla contra mi cara intentando
olvidar, pero al quitar la toalla veo como los mismos ojos me observan de nuevo desde el
ducto de
ventilación
de la pared del baño del hotel. Esta vez no me inmovilizo, así que intento salir
del baño cuanto antes. Los nervios entorpecen mis manos que resbalan
varias veces sobre la manilla de la puerta antes de poder abrirla. Mientras me
envuelvo en la toalla para al menos no huir desnudo de la habitación,
veo de reojo el ducto, que ahora se encuentra a unos 4 metros de mí, y como a través
de las rejillas me miran aun aquellos ojos grandes y vacíos. Me acerco con
una zancada a la puerta de la habitación, pero el pomo no gira y la puerta ni
siquiera vibra cuando intento sacudirla con la esperanza de que abra rápido: La
misma puerta por la que entré menos de una hora atrás parece haber sido siempre
una puerta condenada. La habitación se ha llenado de una luz débilmente
roja.
Aturdido, camino
hacia la ventana con mi cuerpo unido a la pared,
evitando darle la espalda al baño, y sin quitar mis ojos del ducto, que aparenta
ahora estar vacío. Entro en pánico, pues al llegar con mi espalda a donde se
supone había una ventana abierta hace minutos, la cual sería mi única vía de escape,
ahora solo hay una mancha de humedad que baja desde el techo. Entro
en pánico. Mi cuerpo se derrumba resignado y mi espalda se hace una con la
pared manchada, sin dejar de ver con recelo hacia el baño. No suena tan
descabellado considerar que he muerto y que esto es un purgatorio, donde el
castigo es la incertidumbre de si descansará o no mi alma de la paranoia. No tengo opción más
que jurarme a mí mismo no renunciar a este miedo hasta que sea la hora de
verlo de nuevo, si es que aquel ser me permite verlo cuando finalmente venga por mí.
Repentinamente, al
final de un parpadeo, todo parece cambiado: La iluminación
de la habitación es natural, la puerta del baño está cerrada y la ventana
está arriba de mi cabeza. Alguien toca la puerta, y yo, aun en el piso, soy
incapaz de responder al llamado. Entra la mucama, y, sin siquiera mirarme, como
si fuese normal que un huésped se sentara en el suelo de la habitación con
las piernas recogidas hacia el pecho, pasa directo a la cama para cambiar las
sabanas. Algo no estaba bien. La miro en silencio, desconfiando. ¿Acaso no puede verme?
¿Habré muerto? Se acerca a mí, a la ventana, la cierra, y se queda
inmóvil en frente. Yo sigo observándola desde abajo, con la cara entre mis
rodillas, pero ha estado al menos un minuto sin moverse, parada en frente de
mí y la ventana. A pesar de lo cerca que esta de mi, no puedo ver con claridad
su rostro, parece censurado. Entonces voltea la cabeza hacia la puerta del
baño, que ahora parece abrirse sola sin hacer ruido alguno, y, sin
darme la cara, se arrodilla con cuidado, y yo me hundo aún más en mi cuerpo
invadido por su cercanía. El aura rojiza de la habitación vuelve. Ella vira
su cabeza lentamente y mis ojos se pierden en los suyos vacíos y pálidos. Acerca su
cara hacia la mía aún más y con voz serena dice:
-No, esto no es un purgatorio.
-No, esto no es un purgatorio.
He despertado en mi
cama, en mi habitación. Parece que todo ha sido un mal
sueño que me ha hecho sudar y me ha dejado débil y temblando. Camino hacia
el cobertizo. Miro el reloj y me sorprende haber dormido más de 13 horas. Ahora, con
madera, clavos y martillo en mano, me encuentro tapando todos los ductos de
ventilación visibles de la casa, para evitar que, si aquel súcubo decide hacer
otra visita imprevista, no sean sus ojos en la oscuridad lo primero con lo que me
encuentre.
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