La Cita
Primera cita
Recelosa y cabizbaja, sin
dejar de pensar en lo de ayer, camina bajo aquel instinto primitivo que le hace evitar pisar grietas. A su vez, como
bailando, sus pies buscan hojas secas que hacer sonar. Esto último si es
voluntario: El silencio es funesto y es necesario romper el hielo con esta tarde de domingo. Dos pasos largos y uno corto son
su ritmo y sus zapatos se mueven con el don de
fluir, como si el viento trazase su rumbo. A 100 metros, él camina en sentido opuesto, pensando en lo de
mañana, asumiendo cosas y calculando. Un caracol
es casi víctima de su zapato apretado, y para evitar una tragedia decide poner
más atención al camino. La calle estaba sola,
pero ya no. La primera cita es obligatoria. Al notarla, sus pensamientos quedan
atrás con el caracol y lo único en lo que puede concentrarse ahora es en no
verse torpe, o siquiera en no caerse. Su paso se vuelve
poco fluido. A 50 metros de su encuentro ella lo nota: Se coge el cabello con
las dos manos y lo acaricia ansiosamente. A 2
metros, él aguanta la respiración e intenta que sus brazos
no se balanceen demasiado como para tocarla, ni muy poco como para que llegase
a verse no natural; ella solo se esfuerza en
completar la difícil tarea de no patear el piso, como cuando siente que alguna
mirada la juzga al caminar. Cero metros: Ambos experimentan por primera vez lo
complejo de aquella coincidencia entre dos
personas donde, prohibidas las palabras, se comunican las ideas y se vuelve el uno del otro. La primera cita solo duró
el instante en el que sus miradas se cruzaron, pero
fue suficiente para desear otra.
Segunda cita
Hoy no es domingo. Las
nubes amenazan con lluvia. Ella espera impaciente su turno en el banco y,
aunque sabe bien que la atenderán cuando la
pantalla marque 21, mira el ticket cada vez que el número de la pantalla
cambia. Faltan 4 números para su turno. Él
viaja en bus. Su mente calcula cosas para más
tarde y las repite para no olvidar. La muchedumbre y música popular no lo
inmutan. La pantalla marca el 19. Para bajar, él anticipa su parada al
conductor y se adentra en una pequeña aventura llena de obstáculos. Un zapato
de mujer sobre su pie, un codo invasor en su
cara, el equipaje de alguien obstruyendo el paso. Lo logra y, al tocar el
suelo, lo reciben las primeras gotas de lluvia para celebrarlo. La pantalla
marca el 20. Durante aquel trajín, él pierde
el hilo de su línea de pensamientos y trata de recuperarlo haciendo retrospectiva: La maleta del señor de gris en las
escaleras, el codo de alguien en su nariz, el zapato
verde y ajeno pisando su pie. Pero no tiene éxito, así que solo camina alienado
hacia la entrada de un banco. Ella le agradece al taquillero y camina hacia la
puerta procurando no pisar la separación entre
las baldosas. Se topa con las puertas batientes, pero es necesario preparar su
paraguas antes de empujarlas y salir. Entonces alguien empuja las puertas hacia
adentro, y, a cero metros, análogo a la primera cita, sus miradas dilatadas se
funden y se reconocen. Ambos se sienten tan del otro como nunca fueron de nadie. Saben bien que para
mantenerlo puro es necesario no hablar, y así lo hacen.
La premura y el ambiente del banco los favorecen. Al alejarse, tan rápido como
terminaron de oscilar las puertas batientes,
él olvidó esta segunda cita. Ella la recordó el resto de la tarde.
Comentarios
Publicar un comentario